El legado que nos dejó Matías Montero -y la cosecha de su muerte- ha unido a varias Generaciones de falangistas, desde 1934 hasta nuestros días. Por él y por el resto de los caídos, aprendimos que la muerte es un acto de servicio. Que la muerte no tiene la última palabra; que lo que importa es quemar la vida en el servicio de una empresa grande. Y grande es la España unida, solidaria y justa, a la que aspiramos los falangistas.
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